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sábado, 17 de junio de 2017

QUO VADIS, LORENZO?

Lorenzo de Ara

Compartir horas con un mediocre que opina sin saber, que emplea un lenguaje soez, y para hacerse entender vocifera, aunque el oyente esté a punto de taparle la boca con lo primero que encuentre a mano. Lo he sufrido y lo sufro. ¿Por qué? Es una maldición, supongo.

Yo te condeno a tener que compartir muchas horas de tu vida con vulgares, mastuerzos y pollabobas.
Nunca creí que se prolongara por tanto tiempo esta condena. En el periódico, uf. En la tele, uf, un día sí y otro también. Desde el más alto despacho al más bajo de los operarios. Siempre me tocaba bailar con la más fea. El soberbio que desde el poder no se cansa de dar lección a todas horas. El zarrapastroso que apenas balbucea una palabra correcta y cual cacatúa no respira, sino que blablablá.
Y mientras, yo, callado, acoquinado, en el campo de batalla recibiendo hostias y perdiendo la salud. Tal cual.

Y ahora vuelve a suceder lo mismo. Quo vadis, Lorenzo? Pues no lo sé, sinceramente. El embrujo me persigue. La mala sombra. Para ganar un mezquino dinero tengo la obligación de reír ante ocurrencias estúpidas, poner cara de interés ante comentarios de personajes que nada saben y jamás han querido saber, pero eso sí, aprovechan oportunidades para aventar procacidades, mentiras, gilipolleces, soflamas que apestan a rabieta de niño chico.

La misma película se repite todos los días.

Un día prometí que jamás pelearía por un cargo de relevancia; que jamás perdería un minuto de mi vida por demostrar lo que sé (¿y qué sé?); que jamás gastaría saliva poniendo a parir a una persona cuando no me escuchara, y tampoco a untarla con la baba del adulador cuando esa misma persona estuviera delante.

Así me va.

Se agota la paciencia. En verano de nuevo al paro. Hay escritores que me acompañan, cineastas, poetas, dramaturgos, filósofos, periodistas, pintores. Y está la familia, siempre tan cerca.

Vuelvo a fracasar. La culpa es mía.

Y, sin embargo, Adela y Periquín sí saben que el niño ya no llora. Al contrario, saben que el niño muerde, que escupe veneno, que es depredador. Pero está cansado, muy cansado. Es doloso ver al que engaña y que al que menos vale echándote el mal aliento en la cara, porque está pegado a mí, porque es un ácaro maldito que se alimenta de mí.

¡Ya basta!

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