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sábado, 29 de abril de 2017

LAS RUTAS DE UN PANADERO EN LA VILLA DE SAN JUAN DE LA RAMBLA (1949-1965)

Ángel Tomás Beltrán Hernández


A mis abuelos Tomás y Lolita

Este artículo tiene dos metas principales: la primera es ofrecer una aproximación a la "Historia desde abajo”, una rama de la Historia Social; la segunda meta era escribir un artículo que llegase al gran público, enfatizando en el recuerdo de un personaje entrañable de San Juan de la Rambla, norte de la isla de Tenerife.

A nivel más próximo, la "historia desde abajo" es un modelo de narración histórica, que tiene por objeto, ofrecer un estudio desde la perspectiva de la gente común. Esta forma de hacer Historia, debería darse con más frecuencia. Puesto que, indagando en los testimonios que proporcionan personas así, tendremos acceso a una amplia fuente de información desde otros enfoques quizás desconocidos para muchos. En contra posición, a lo habitual en muchos artículos y libros de Historia. Es decir, textos que narran lo acontecido en personalidades políticas o de otra condición.

El protagonista de esta encomiable Historia es Tomás Hernández García, natural del municipio de Los Realejos. En 1949, comenzó a trabajar en la panadería de San Juan de la Rambla. Por aquel entonces, residía en Tigaiga (barrio del Realejo Bajo), por lo que se desplazaba caminando hasta San Juan casco. Su tarea inicial, consistía en ir a Santa Catalina (La Guancha) para buscar el trigo y la leña. Volvía a trasladarse a Tigaiga, porque llevaba los sacos de trigo al molino. De ahí, regresaba a San Juan para hacer el pan. La ardua tarea requería esfuerzo, no sólo por la carga o el trayecto en sí. En ocasiones hacía varios desplazamientos en un día. Por ello, su ingenio le llevó a construir un carro de madera para trasladarse y transportar mercancías.


La fabricación la llevó a cabo en solitario. Por lo tanto, tardó algún tiempo en reunir los materiales necesarios. La estructura -obsérvese la fotografía- podríamos decir que guarda cierta similitud con las "pivas” que siguen utilizándose en el trabajo agrícola. Las ruedas gozaban de un diseño peculiar: los rodillos, reciclados de la maquinaria de la panadería, estaban encajados entre sí. Unidos a un soporte de madera y recubiertos con goma. El sistema de freno, estaba compuesto de dos partes. Por un lado, una cuerda hacía girar la dirección hasta inmovilizar las ruedas delanteras. Por otra parte, en la viga central, un pedal metálico hacía frenar las ruedas traseras. En la zona de carga, una baranda servía de protección no sólo para evitar que cayera al suelo el género que transportaba, también, velaba por la seguridad de los "pasajeros". La puerta de la parte trasera, era de utilidad como bandeja y expositor de la mercancía.

Sus puntos de reparto eran: Tigaiga, La Rambla, Las Aguas, San Juan, Santa Catalina, Santo Domingo, Buen Paso en Icod de los Vinos y en repetidas ocasiones, subió a San José y a La Guancha. "En más de una ocasión hice muchos panes brujos, a aquellas personas que yo sabía que lo estaban pasando mal” cuenta Tomás Hernández. Y a la pregunta de si los dueños no se daban cuenta, añade: "Había que andarse con mucho ojo, pero si tenía que repartir 60 panes, decía que me habían dado a repartir 54 ó 55. Más no se podía, porque entonces sí se daban cuenta. Era una época de muchas necesidades donde pasamos muchas penas". Tomás se granjeó el cariño de las personas con estos gestos de amabilidad y con el tiempo, su carro se hizo muy popular a consecuencia también de la escasez del momento. Su fama alcanzó tal punto, que, además, ayudaba a sus vecinos como a Rosendo Hernández Hernández "Panchón”, propietario de una pequeña venta en la calle Estrecha, a la que Tomás prestaba sus "servicios de transporte".

Pero sin duda alguna, para lo más que le entusiasmaba valerse de su carro era para ir con su familia de paseo y a las fiestas. Llegó a subir a bordo hasta once personas, "todos íbamos como sardinas en lata, pero se pasaba bien; eran otros tiempos".

En la carretera del barrio de Santa Catalina, cuando pasaba el "Vulca”, Tomás lo adelantaba. Su chofer, Francisco, tenía que frenar bruscamente llegando a pelearle, porque lo retrasaba. En otra ocasión, en la calle El Calvario, que queda en pendiente. Un grupo de niños subieron al carro, haciendo que perdiera los frenos, se deslizase calle abajo a gran velocidad (con los niños dentro) recorriendo unos 30 metros y chocara contra un muro. Por suerte, los pequeños no sufrieron ningún daño, ni siquiera se asustaron lo más mínimo, y, según Tomás "de no haber salido y llamarles la atención, lo hubiesen vuelto a hacer".

En las fiestas de Buen Paso, un familiar que residía allí, le regaló una rueda de churros para repartirlos al llegar a San Juan. Cuando llegó la hora de recogerse, subieron al carro. Iban cantando y tocando las palmas por el camino y no se percataron de que los churros, caían al suelo. A su llegada, sólo les quedaba uno. "Por aquel entonces una rueda de churros costaba unas 10 pesetas y no estábamos para lujos, todos nos quedamos con esa espinita de que se cayeran los churros por el camino".

En el casco de San Juan, dos hermanos que padecían de discapacidad psíquica, Felipe y Antonio, solían ir a las fiestas solos. Coincidían con Tomás la mayor parte de las veces, ya que el panadero también trabajaba en un ventorrillo. Concluidos los actos, le pedían regresar a casa en el carro. Tomás sabía que a ellos "les hacía mucha ilusión" y los llevaba. Ahora bien, a pesar de su discapacidad, estos dos hermanos eran personas trabajadoras y educadas. Tenían por costumbre sentarse en la parada de la guagua y la gente al verlos abanando, identificaba al pueblo de San Juan de la Rambla como el de los bobos. Por este motivo, el municipio con título de Villa otorgado por el rey Alfonso XIII en 1925, comenzó a conocerse con ese calificativo.

A mediados de la década de los sesenta, los dueños de la panadería compraron un Jeep y el carro de Tomás, cayó en desuso, quedando aparcado en un oscuro y húmedo salón, en los bajos de su lugar de trabajo. Viendo el deterioro que le ocasionaba el tiempo, prefirió que sirviera como combustible para el horno de la panadería, antes de contemplar su mal estado.

En definitiva, este relato muestra la capacidad de ejercitar la mente, ante la falta de medios para subsistir. La Posguerra Española, fue una época de miedos y oscurantismo, que abarcó desde 1939 hasta 1959. Esta Historia es el ejemplo de que todo, con empeño y determinación, se puede conseguir. Su protagonista no sólo supo ideárselas para que su oficio fuera más sencillo, sino que consiguió lo mismo con muchas personas de la villa ramblera y pueblos limítrofes.

Hay una frase de David Hume resume lo que he tratado de explicar: "La oscuridad es efectivamente penosa para la mente, como lo es para el ojo, pero sacar la luz de la oscuridad, por el esfuerzo que sea, ha de ser deleitable y producir regocijo".

En la actualidad, incluso años después de su fallecimiento. Si mencionamos a "Tomás el panadero", las gentes que vivieron la oscura etapa antes mencionada de la Historia de España, recuerdan con rostros sonrientes el artesanal vehículo que tantas anécdotas protagonizó. Muchas habrán quedado en el tintero; es un riesgo de la tradición oral. No obstante, siempre intenté prestar la máxima atención a las numerosas charlas que mantuve con Tomás. Siendo fiel en la redacción de la información que iba adquiriendo, fiel ejemplo de la "historia desde abajo" y, sobre todo, fiel al feliz recuerdo del "carro de mi abuelo".

Foto 1: El carro en 1960. De izquierda a derecha son: Tomás el panadero, José de la luz, Pepito de la farmacia, Panchón y a las riendas Felipe el bobo. Foto cedida por: Rosario Hernández Velázquez.

Foto 2. Tomás Hernández García (izquierda) con el autor del reportaje. Año 2012. Fotografía inédita.

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