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sábado, 18 de marzo de 2017

EL BALCÓN

Salvador García Llanos

La ciudad amaneció el pasado fin de semana sin uno de los elementos arquitectónicos distintivos de uno de sus paseos principales y más transitados; pero algunos habitantes no reaccionaron hasta bien entrada la mañana del lunes, cuando el vacío era ostensible y las huellas de la desaparición, traviesas incluidas, quedaban al desnudo. El estupor y la indignación fueron en aumento hasta que, inevitablemente, desembocaron en las redes sociales y posteriormente, cuando el asunto ya era un clamor popular, en algunos periódicos y medios audiovisuales.

Uno de los primeros hoteles de la ciudad, el Marquesa, que data del siglo XVIII, un inmueble catalogado, declarado Bien de Interés Cultural (BIC), había sido despojado de uno de los dos balcones de su llamativa fachada, ya evidentemente mutilada. Un balconicidio pues. Cómo si no hubieran sido suficientes los despropósitos constructivos que ha padecido, el hotel volvía a sufrir un quebranto no se sabe si reparable, por muchos apremios y por muchas recomendaciones de recuperación que se hayan acumulado. A conejo ido...

Prescindamos (por ahora) de las circunstancias personales que concurran en el presunto infractor, de los hechos objetivos (deterioro, peligrosidad, inseguridad...) que pudieran haber sustanciado la retirada y hasta de la inicial inhibición administrativa, solo modificada cuando el daño ya estaba hecho, para detenernos en la necesidad de ser más sensibles y cuidadosos con el patrimonio histórico, arquitectónico y de todo tipo. Difícilmente se encontrará un lugar en la isla, según ha quedado acreditado, de mayor indolencia hacia sus propios valores tangibles, hacia su conjunto patrimonial, hacia su acervo, hacia su personalidad urbanística. Nos gustaría saber qué suerte habrá corrido un acuerdo plenario, adoptado por unanimidad, de no hace mucho tiempo, encaminado a crear un consejo municipal que velase por la protección y promoción del patrimonio e impidiese más agresiones, como esta del balconicidio, cuya justificación es difícilmente argumentable (Un arquitecto especialista en restauración se llevó las manos a la cabeza cuando se enteró del hecho: “¡Hasta el Marquesa! No me lo puedo creer”, exclamó).

Está demostrado que no sirven ni se tienen en cuenta las medidas preventivas, las directrices de planeamiento y las ordenanzas específicas. Se respetan poco o se incumplen. La sensación que se va amasando y que va quedando es que se puede hacer lo que se quiera pues la permisividad es incomensurable, la inspección apenas existe y, por lo general, no pasa nada. No puede ocurrir que una tipología urbanística tan señalada esté amenazada de daños o agresiones.

¿Era ésta la agilidad que se pretendía con la delegación de competencias urbanísticas? Seguro que no, nos apresuramos a contestar. Pero hay que verificar las reacciones, con hechos y con pruebas. ¿Para esto quieren promotores y empresarios menos normas y menos burocracia? Pues habrá que responderles que benditos sean todos los controles posibles con tal de evitar los atentados urbanísticos y los caprichos unipersonales sin el más mínimo respaldo técnico. ¿De qué valen las protecciones y conservaciones de cascos y perímetros? ¿Es así de tolerante la administración competente con situaciones similares o es que hay temor a los descontentos derivados de expedientes de infracción abiertos? Pareciera que a más corsés y más estrictos ajustes, mayor permisividad.

Solo un hecho positivo se desprende de este nuevo desmán: menos mal que las consecuencias y las reacciones habrán servido para frenar otro posible balconicidio: el del artístico elemento central de la fachada del Marquesa, al que ojalá guarde el sentido común. Y el celo, un poquito de celo.

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